Los Tainos Arawacos tradicionalistas De Boriken

GUAYTIAO DE GUATU MA CU DEL CONCILIO TAINO

Juan Cristóbal Nápoles Fajardo (El Cucalambé)

(Las Tunas, Cuba, 1829 - Santiago de Cuba, 1859)

Hatuey y Guarina (Décima):

Con un cocuyo en la mano

Y un gran tabaco en la boca,

Un indio desde una roca

Miraba el cielo cubano.

La noche, el monte y el llano

Con su negro manto viste,

El viento alígero embiste

Tiemblan del monte las brumas

Y susurran las yagrumas

Mientras él suspira triste.

 

Lleva en la frente un plumaje

Morado como el cohombro,

Y el arco que tiene al hombro

Es de un vástago de aicuaje.

Aunque es un pobre salvaje

Y angustia cruel lo sofoca,

Desde aquella esbelta roca

Donde gime sin consuelo,

Los ojos fija en el cielo

Y a Dios con su ayuda invoca.


Oye el rumor de los vientos

En los atejes erguidos,

Oye muy fuertes crujidos

De los cedros corpulentos:

Oye los tristes acentos

Del guabairo en el corojo,

Y mientras su acerbo enojo

Reprime con gran valor,

Siente a sus pies el rumor

De las aguas del Cayojo.


Un silbido se escapó

De sus labios, y al momento,

Con pausado movimiento

Una indiana apareció.

Cuando a la roca subió

El indio ante ella se inclina,

Fue su frente peregrina

El imán de su embeleso,

Oyese el rumor de un beso

Y le dijo: -¡Adiós, Guarina!


-¡Oh! no, mi bien, no te vayas,

Dijo ella entre mil congojas,

Que tiemblo como las hojas

De las altas siguarayas.

Si abandonas estas playas

Si te separas de mí,

Lloraré angustiada aquí

Cuando tu nombre recuerde

Como el pitirre que pierde

Su nido en el ponasí.


¿Qué será de tu Guarina

Sin tu amor, sin tu ternura.

Flor del guaco en la espesura,

Palma triste en la colina,

Garza herida por la espina

Del yamaquey en la rama

Y cual la triste caguama

Que a los esteros se zumba,

Lloraré y será mi tumba,

La Ciénaga de Virama.


Oyó el indio enternecido

Tan triste lamentación,

Palpitó su corazón

Y se sintió conmovido.

Ahogó en su pecho un gemido

La viramesa infelice,

Y el indio que la bendice

Y más que nunca la adora,

Las blancas perlas que llora

Enjuga tierno y le dice:


-¡Oh Guarina! Ya revive

Mi provincia noble y bella,

Y pisar no debe en ella

Ningún infame caribe.

Tu ardiente amor no me prive,

Mi Guarina, de ir allá,

Latiendo mi pecho está

Y miss sentidos se inflaman,

Porque a su lado me llaman

Los indios de Guajapá.


Yo soy Hatuey, indio libre

Sobre tu tierra bendita,

Como el caguayo que habita

Debajo del ajengibre.

Deja que de nuevo vibre

Mi voz allá entre mi grey,

Que resuene en mi batey

El dulce son de mi guamo

Y acudan a mi reclamo

Y sepan que aún vive Hatuey.


¡Oh Guarina! ¡Guerra, guerra

Contra esa perversa raza,

Que hoy incendiar amenaza

Mi fértil y virgen tierra,

En el llano y en la sierra

En los montes y sabanas,

Esas huestes caribanas

Sepan la quedar deshechas,

Lo que valen nuestras flechas,

Lo que son nuestras macanas.


Tolera y sufre, bien mío,

De tu fortuna el azar,

Pues también sufro al dejar

Las riberas de tu río.

Siento dejar tu bohío,

Silvestre flor de Virama,

Y aunque mi pecho te ama,

Tengo que ser ¡oh dolor!

Sordo a la voz del amor,

Porque la patria me llama.


Así dice aquel valiente,

Llora, suspira, se inclina,

Y a su preciosa Guarina,

Dio un beso en la tersa frente.

Beso de amor, beso ardiente,

Sublime, sonoro y blando.

Y ella con otro pagando

De su amante la terneza

Alzó la negra cabeza

Y le dijo sollozando:


-Vete, pues, noble cacique,

Vete, valiente señor,

Pues no quiero que mi amor

A tu patria perjudique;

Mas deja que te suplique,

Como humilde esclava ahora,

Que si en vencer no demora

Tu valor, acá te vuelvas,

Porque en estas verdes selvas

Guarina vive y te adora.


-¡Sí! volveré, ¡indiana mía!,

El indio le contestó,

Y otro beso le imprimió

Con dulce melancolía.

De ella al punto se desvía,

Marcha en busca de su grey,

Y cedro, palma y jagüey

Repiten en la colina,

El triste adiós de Guarina,

El dulce beso de Hatuey.




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